San Basilio de
Cesarea
Padre de la Iglesia,
monje y pastor
Se recuerda el 2 de
enero
|
San Basilio de
Cesarea, el gran
Padre de la Iglesia,
del grupo de los
llamados Padres
Capadocios
[1],
nos es
particularmente
querido por muchos
motivos. Es un
obispo que viene del
monaquismo, al que
se deben las
primeras Reglas
verdaderas y propias
de la vida fraterna
en comunidad. Su
sensibilidad y su
sapiencia pastoral
provienen de la
profunda experiencia
espiritual, de la
que es un
indiscutido maestro,
tanto en Oriente
como en Occidente.
San Basilio, como
teólogo y pastor, es
una fuente de
inspiración para la
misión pastoral de
la Iglesia, porque
es justamente a él
que fue atribuida la
expresión que une el
término cura
con el de alma.
En efecto: “La
expresión conjunta
«cura del alma» se
afirma, como
concepto, en los
escritos de Basilio
y todo indica que
ésta nace de la
reflexión de este
obispo, a él se debe
su nacimiento
[2].
Él aproxima la cura
del alma al oficio
episcopal en
relación a los
fieles. Las
expresiones «cura
del alma» y «cura de
almas» se refieren,
para él, también a
la actividad de
algunos hermanos en
las comunidades
religiosas que se
dedican a la «cura
de almas»
[3].
Además, san Gregorio
Nacianceno, que
estableció con
Basilio una relación
espiritual de
profunda amistad, en
sus escritos
oficializó la
expresión “cura de
almas” ligada al
oficio episcopal:
”Gregorio Nacianceno
utiliza la expresión
como ligada al
oficio episcopal y
ayuda así a «hacer
oficial» la
expresión «cura de
almas»
[4].
Sin descuidar la
necesidad de otros
estudios, parece que
en estos autores, al
menos en lengua
griega, la «cura de
almas» es entendida
como oficio
episcopal”
[5].
Alberione, en
Abundantes Divitiae
narra que de joven
sacerdote, se dedicó
a un profundo
conocimiento de
santos Padres y
Fundadores, a partir
de san Basilio:
“En aquel período
logró un
conocimiento más
profundo de san
Basilio, san Benito,
…”
[6].
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Basilio nació en
Cesarea de Capadocia
hacia el 330, de una
familia de profunda
tradición cristiana,
una verdadera y
propia familia de
santos y de
testimonios de la
fe: ante todo la
abuela Macrina
[7],
después la hermana
Macrina la joven, el
hermano Gregorio que
fue obispo de Nisa,
otro hermano, Pedro,
que fue obispo de
Sebaste.
Basilio estudió en
Cesarea,
Constantinopla y
Atenas, donde
encontró poetas y
filósofos,
históricos y
oradores. Al final
de los estudios, en
el 355, hizo un
largo viaje para
conocer la vida
monástica en Siria,
Palestina, Egipto y
Mesopotamia.
Insatisfecho de sus
éxitos mundanos, y
dándose cuenta de
haber dilapidado
mucho tiempo en
vanidades, él mismo
confiesa: «Un
día, como
despertándome de un
sueño profundo, me
dirigía a la
admirable luz de la
verdad del
Evangelio… y lloré
sobre mi vida
miserable»
(cfr. Ep. 223,2).
Atraído por Cristo,
comenzó a mirar
hacia Él y a
escucharlo sólo a Él
(cfr. Regole
morali 80,1).
|
|
Recibido el
Bautismo, Basilio se
sintió llamado a un
radicalismo
evangélico que
emerge en cada
página de sus
escritos. Se retiró
en la soledad de
Arnesi, donde se le
unieron poco después
Gregorio de Nacianzo
y otros discípulos.
Con determinación se
dedicó a la vida
monástica en la
oración, en la
meditación de las
Sagradas Escrituras
y de los escritos de
los Padres de la
Iglesia,
especialmente de
Orígenes, uniendo al
estudio el trabajo
manual y el
ejercicio de la
caridad (cfr. Epp.
2 e 22), siguiendo
el ejemplo de su
hermana, santa
Macrina, que vivía
ya en el ascetismo
monástico.
Fue ordenado
sacerdote, e
instruido por Dios a
través de la vía
maestra de las
Escrituras, Basilio
reunió en torno a sí
un número cada vez
mayor de compañeros
animados por su
mismo y único deseo:
practicar el
mandamiento nuevo
del amor. Los
jóvenes que se
presentaban a su
monasterio para
seguir la vida
monástica pedían ser
admitidos diciendo:
“He venido para
practicar la
caridad”. En el
370 fue elegido
obispo de Cesarea di
Capadocia, en la
actual Turquía.
Como pastor gastó
todas sus fuerzas
poniéndose al
servicio de la
Palabra de Dios, que
ofrecía al pueblo
confiado a sus
cuidados pastorales,
oponiéndose a todos
los que ofrecían
interpretaciones
reductivas del
Evangelio y
promoviendo el
ejercicio de la
caridad, sobre todo
para con los débiles
y de los pobres.
Benedicto XVI, en
sus catequesis de
los miércoles, ha
trazado un retrato
fascinante de san
Basilio: |
|
“Con su
predicación
y sus
escritos
realizó
una
intensa
actividad
pastoral,
teológica
y
literaria.
Con
sabio
equilibrio
supo
unir el
servicio
a las
almas y
la
entrega
a la
oración
y a la
meditación
en la
soledad.
Aprovechando
su
experiencia
personal,
favoreció
la
fundación
de
muchas
«fraternidades»
o
comunidades
de
cristianos
consagrados
a Dios,
a las
que
visitaba
con
frecuencia
(cf. san
Gregorio
Nacianceno,
Oratio
43, 29
in
laudem
Basilii:
PG 36,
536 b).
Con su
palabra
y sus
escritos,
muchos
de los
cuales
se
conservan
todavía
hoy (cf.
Regulae
brevius
tractatae,
Proemio:
PG 31,
1080 a b),
los
exhortaba
a vivir
y a
avanzar
en la
perfección.
De esos
escritos
se
valieron
después
no pocos
legisladores
de la
vida
monástica
antigua,
entre
ellos
san
Benito,
que
consideraba
a san
Basilio
como su
maestro
(cf.
Regula
73, 5).
En
realidad,
san
Basilio
creó una
vida
monástica
muy
particular:
no
cerrada
a la
comunidad
de la
Iglesia
local,
sino
abierta
a ella.
Sus
monjes
formaban
parte de
la
Iglesia
particular,
eran su
núcleo
animador
que,
precediendo
a los
demás
fieles
en el
seguimiento
de
Cristo y
no sólo
de la
fe,
mostraba
su firme
adhesión
a Cristo
—el amor
a él—,
sobre
todo con
obras de
caridad.
Estos
monjes,
que
tenían
escuelas
y
hospitales,
estaban
al
servicio
de los
pobres;
así
mostraron
la
integridad
de la
vida
cristiana.
(…)
Como
obispo y
pastor
de su
vasta
diócesis,
san
Basilio
se
preocupó
constantemente
por las
difíciles
condiciones
materiales
en las
que
vivían
los
fieles;
denunció
con
firmeza
los
males;
se
comprometió
en favor
de los
más
pobres y
marginados;
intervino
también
ante los
gobernantes
para
aliviar
los
sufrimientos
de la
población,
sobre
todo en
momentos
de
calamidad;
veló por
la
libertad
de la
Iglesia,
enfrentándose
a los
poderosos
para
defender
el
derecho
de
profesar
la
verdadera
fe (cf.
san
Gregorio
Nacianceno,
Oratio
43,
48-51 in
laudem
Basilii:
PG 36,
557 c-561 c).
Dio
testimonio
de Dios,
que es
amor y
caridad,
con la
construcción
de
varios
hospicios
para
necesitados
(cf. san
Basilio,
Ep. 94:
PG 32,
488 b c),
una
especie
de
ciudad
de la
misericor-
|
dia, que
por él tomó el
nombre de
«Basiliades» (cf.
Sozomeno, Historia
Eccl. 6, 34:
PG 67, 1397 a). En
ella hunden sus
raíces los modernos
hospitales para la
atención y curación
de los enfermos.
Consciente de que
«la liturgia es la
cumbre a la cual
tiende la actividad
de la Iglesia y al
mismo tiempo la
fuente de donde mana
toda su fuerza» (Sacrosanctum
Concilium,
10), san Basilio,
aunque siempre se
preocupaba por vivir
la caridad, que es
la señal de
reconocimiento de la
fe, también fue un
sabio «reformador
litúrgico» (cf. san
Gregorio Nacianceno,
Oratio 43, 34 in
laudem Basilii:
PG 36, 541 c). Nos
dejó una gran
plegaria
eucarística, o
anáfora, que lleva
su nombre y que dio
una organización
fundamental a la
oración y a la
salmodia:
gracias a él el
pueblo amó y conoció
los Salmos y acudía
a rezarlos incluso
de noche (cf. san
Basilio, In Psalmum
1, 1-2: PG 29,
212 a-213 c). Así
vemos cómo la
liturgia, la
adoración, la
oración con la
Iglesia y la
caridad van unidas y
se condicionan
mutuamente.
Con
celo y valentía, san
Basilio supo
oponerse a los
herejes, que negaban
que Jesucristo era
Dios como el Padre
(cf. san Basilio,
Ep. 9, 3: PG
32, 272 a; Ep. 52,
1-3: PG 32,
392 b-396 a; Adv.
Eunomium 1, 20:
PG 29, 556 c). Del
mismo modo, contra
quienes no aceptaban
la divinidad del
Espíritu Santo,
defendió que también
el Espíritu Santo es
Dios y «debe ser
considerado y
glorificado
juntamente con el
Padre y el Hijo»
(cf. De Spiritu
Sancto: SC 17
bis, 348). Por eso,
san Basilio es uno
de los grandes
Padres que
formularon la
doctrina sobre la
Trinidad: el
único Dios,
precisamente por ser
Amor, es un Dios en
tres Personas, que
forman la unidad más
profunda que existe,
la unidad divina.
En su
amor a Cristo y a su
Evangelio, el gran
Padre capadocio
trabajó también por
sanar las divisiones
dentro de la Iglesia
(cf. Ep. 70 y 243),
procurando siempre
que todos se
convirtieran a
Cristo y a su
Palabra (cf. De
iudicio 4: PG
31, 660 b-661 a),
fuerza unificadora,
a la que todos los
creyentes deben
obedecer (cf. ib.
1-3: PG 31,
653 a-656 c).”
[8]. |
|
|
Basilio, antes de
cumplir los 50 años,
consumido por la
fatiga y la ascesis,
murió el 1 de enero
del 379, a los
umbrales del
Concilio de
Constantinopla, que
sabiamente había
contribuido a
preparar, sirviendo
a la unidad y a la
comunión en la
Iglesia y entre las
Iglesias,
contribuyendo de
manera decisiva,
junto a los otros
grandes Padres de
Capadocia, a la
elaboración de la
teología sobre el
Espíritu Santo y
sobre la Trinidad,
que está a la base
del Símbolo de fe
común a todas las
Iglesias cristianas.
En la enseñanza de
san Basilio hay
muchas notas de
perenne actualidad,
pero queremos
subrayar una que en
relación a los
jóvenes, y que
Benedicto XVI
evidenció en su
catequesis del
miércoles: |
|
“Por
último,
san
Basilio
también
se
interesó,
naturalmente,
por esa
porción
elegida
del
pueblo
de Dios
que son
los
jóvenes,
el
futuro
de la
sociedad.
A ellos
les
dirigió
un
Discurso
sobre el
modo de
sacar
provecho
de la
cultura
pagana
de su
tiempo.
Con gran
equilibrio
y
apertura,
reconoce
que en
la
literatura
clásica,
griega y
latina,
se
encuentran
ejemplos
de
virtud.
Estos
ejemplos
de vida
recta
pueden
ser
útiles
para el
joven
cristiano
en la
búsqueda
de la
verdad,
del modo
recto de
vivir
(cf. Ad
adolescentes
3).
Por
tanto,
hay que
tomar de
los
textos
de los
autores
clásicos
lo que
es
conveniente
y
conforme
a la
verdad;
así, con
una
actitud
crítica
y
abierta
— en
realidad,
se trata
de un
auténtico
«discernimiento»
— los
jóvenes
crecen
en la
libertad.
Con la
célebre
imagen
de las
abejas,
que
toman de
las
flores
sólo lo
que
sirve
para la
miel,
san
Basilio
recomienda:
«Como
las
abejas
saben
sacar de
las
flores
la |
miel, a
diferencia
de
los
demás
animales,
que se
limitan
a gozar
del
perfume
y del
color de
las
flores,
así
también
de estos
escritos...
se puede
sacar
provecho
para el
espíritu.
Debemos
utilizar
esos
libros
siguiendo
en todo
el
ejemplo
de las
abejas,
las
cuales
no van
indistintamente
a todas
las
flores,
y
tampoco
tratan
de sacar
todo lo
que
tienen
las
flores
donde se
posan,
sino que
sólo
sacan lo
que les
sirve
para la
elaboración
de la
miel, y
dejan lo
demás.
Así
también
nosotros,
si somos
sabios,
tomaremos
de esos
escritos
lo que
se
adapta a
nosotros
y es
conforme
a la
verdad,
y
dejaremos
el
resto»
(Ad
adolescentes
4). San
Basilio
recomienda
a los
jóvenes,
sobre
todo,
que
crezcan
en la
virtud,
en el
recto
modo de
vivir:
«Mientras
que los
demás
bienes...
pasan de
uno a
otro,
como en
el juego
de los
dados,
sólo la
virtud
es un
bien
inalienable,
y
permanece
durante
la vida
y
después
de la
muerte»
(ib.,
5)”[9]. |
|
|
Finalmente, no se
puede olvidar el
gran elogio de la
amistad cristiana
que hace Gregorio
Nacianceno respecto
de Basilio:
“Nos
habíamos encontrado
en Atenas, como el
curso de un río que,
naciendo en una
misma patria, se
divide luego hacia
diversas regiones (a
donde habíamos ido
por el afán de
aprender) y de
nuevo, de común
acuerdo, por
disposición divina,
vuelve a reunirse.
Por
entonces, no sólo
admiraba yo a mi
grande y querido
Basilio, por la
seriedad de sus
costumbres y por la
madurez y prudencia
de sus palabras,
sino que inducía
también yo mismo a
los demás que no lo
conocían a que le
tuviesen esta misma
admiración. Los que
conocían su fama y
lo habían oído ya lo
admiraban.
¿Qué
consecuencias tuvo
esto? Que él era
casi el único que
destacaba entre
todos los que habían
venido a Atenas para
estudiar, y que
alcanzó honores
superiores a los que
correspondían a su
condición de mero
discípulo. Éste fue
el principio de
nuestra amistad, el
pequeño fuego que
empezó a unirnos; de
este modo, se
estableció un mutuo
afecto entre
nosotros.
Con
el correr del
tiempo, nos hicimos
mutuas confidencias
acerca de nuestro
común deseo de
estudiar la
filosofía; ya por
entonces se había
acentuado nuestra
mutua estimación,
vivíamos juntos como
camaradas, estábamos
en todo de acuerdo,
teníamos idénticas
aspiraciones y nos
comunicábamos cada
día nuestra común
afición por el
estudio, con lo que
ésta se hacía cada
vez más ferviente y
decidida.
Teníamos ambos una
idéntica aspiración
a la cultura, cosa
que es la que más se
presta a envidias;
sin embargo, no
existía entre
nosotros tal
envidia, aunque sí
el incentivo de la
emulación. Nuestra
competición
consistía no en
obtener cada uno
para sí el primer
puesto, sino en
obtenerlo para el
otro, pues cada uno
consideraba la
gloria de éste como
propia.
Era
como si los dos
cuerpos tuvieran un
alma en común. Pues
si bien no hay que
dar crédito a los
que afirman que
todas las cosas
están en todas
partes, en nuestro
caso sí podía
afirmarse que
estábamos el uno en
el otro.
Idéntica era nuestra
actividad y nuestra
afición: aspirar a
la virtud, vivir con
la esperanza de las
cosas futuras y
tratar de
comportarnos de tal
manera que, aun
antes de que llegase
el momento de salir
de esta vida,
pudiese decirse que
ya habíamos salido
de ella. Con estos
pensamientos
dirigíamos nuestra
vida y todas
nuestras acciones,
esforzándonos en
seguir el camino de
los mandamientos
divinos y
estimulándonos el
uno al otro a la
práctica de la
virtud; y, si no
pareciese una
arrogancia el
decirlo, diría que
éramos el uno para
el otro la norma y
regla para discernir
el bien del mal.
Y,
así como hay algunos
que tienen un
sobrenombre, ya sea
heredado de sus
padres, ya sea
adquirido por
méritos personales,
para nosotros el
mayor título de
gloria era el ser
cristianos y ser con
tal nombre
reconocidos.”
[10]
Preparado por la
Hna. Giuseppina
Alberghina sjbp |
|
Notas
[4]
Cfr.
MÜLLER, P.,
Seelsorge, in
Lexikon für
Theologie und Kirche,
IX, recopilación de
Walter Kasper,
Herder Freiburg,
2000, p. 385.
[5]
Suzimara Barbosa de
Almeida, op. cit.
p.12.
[6]
Cfr.
S. Alberione: “Abundantes
divitiae gratiae
suae”, 39.
[7]
Santa
Macrina senior
pertenecía a una
rica estirpe de
creyentes y había
sido discípula de
Gregorio el
Taumaturgo. Privada
de todos sus bienes
a causa de la
persecución del
emperador Maximino
Daia, que había
anexado Asia Menor
al Imperio, fue
obligada a huir,
junto al marido y a
algunos siervos, a
las montañas de la
región. A la muerte
del emperador fue
posible el retorno a
casa. El hijo de
Macrina, Basilio
padre, se convirtió
en un famoso orador
en Neocesarea. De su
matrimonio con
Emmelia,
perteneciente
también ella a una
familia de
cristianos
perseguidos,
nacieron numerosos
hijos, entre ellos
Basilio, Macrina
junior, Gregorio,
Pedro, y otros menos
famosos.
[8]
Benedicto XVI,
Catequesis del
miércoles sobre los
Padres de la
Iglesia, Aula Pablo
VI, 4 de julio de
2007.
[9]
Benedicto XVI,
Catequesis del
miércoles, 1 de
agosto de 2007.
[10]
San
Gregorio Nacianceno,
Discurso 43, 15.
16-17. 19-21;
Patrología Griega
36, 514-523. |