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Entre los Padres y
Doctores de la
Iglesia, el Beato
Santiago Alberione
citaba a menudo el
ejemplo y la
doctrina de san Juan
Crisóstomo,
considerándolo uno
de los máximos
Pastores de la
Iglesia, que los
miembros de la
Familia Paulina
debían conocer y
hacer conocer, en
particular para
comprender la
Escritura: “En
los Padres se
facilita el estudio
de los libros
santos. En efecto,
¿quién no gustará
más la Biblia,
tomando como guía la
áurea elocuencia de
san Juan Crisóstomo,
la erudición
poderosa y segura de
san Jerónimo, la
potente dialéctica
de san Agustín, la
noble y seria
doctrina de san
Basilio, la poesía
penetrante de
Gregorio Nacianceno?
El estudio de los
Padres es una luz
verdadera que
ilumina a los
creyentes en Cristo,
llama inextinguible
en medio de las
tinieblas del error,
fuego sagrado para
alimentar en
nosotros el amor a
la verdad. Es guía
segura para conocer
la historia de la
religión cristiana,
de su desarrollo y
de su imposición
frente al paganismo”.[1] |
Esto es lo que él
dice expresamente:
“Juan Crisóstomo
(347-407), nativo de
Antioquía, monje,
Obispo de
Constantinopla. Es
uno de los cuatro
mayores Padres de la
Iglesia oriental y
Doctor de la
Iglesia. Nos han
llegado de él
numerosas homilías
de contenido bíblico
sobre el Evangelio
de san Mateo y de
san Juan. Comentó
las Cartas de san
Pablo, del que fue
un gran devoto”.[2]
A las
Hermanas Pastorcitas
muchas veces recordó
el ejemplo y la
doctrina de este
Padre:
“Las
lecturas, siempre:
las traducciones del
latín al italiano y
del italiano al
latín, francés y
otras lenguas; lo
que imprime en el
ánimo los
principios, el
ejercicio, la
práctica, el modo de
comportarse como
Pastorcitas.
¡Son
tantas las cosas!
Por ejemplo, san
Gregorio Magno es el
primer maestro de
pastoral. San Juan
Crisóstomo, maestro
de pastoral. Unos
han escrito y otros
en cambio han
ejecutado, como el
Santo Cura de Ars:
no ha escrito, pero
ha realizado”.[3]
“San Juan
Crisóstomo, Obispo
de Constantinopla,
había regañado al
emperador por sus
desórdenes. El
emperador quiso
vengarse; le
sugirieron mandarlo
en prisión, al
exilio, la
decapitación. Un
consejero respondió:
«Si lo aíslan él
rezará, si lo
asesinan él se
alegrará; este
hombre no teme sino
al pecado».[4]
Era
tan alta la estima
por san Juan
Crisóstomo que
Alberione lo hizo
reproducir a los
pies del Apóstol, en
la gloria de san
Pablo, grupo
marmóreo sobre el
altar mayor del
Templo de san Pablo
en Alba, y en Roma,
en el Santuario
Regina Apostolorum,
en el altar de san
Pablo.
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Rasgos biográficos |
En el
año 407
muere en
el
exilio
Juan
Crisóstomo,
Padre de
la
Iglesia
y
pastor.
Juan
nació en
Antioquía
alrededor
del 347.
Recibido
el
Bautismo
en edad
adulta,
entró
enseguida
a formar
parte
del
clero
antioqueno
como
lector.
Iniciada
la vida
cenobítica,
después
de sólo
cuatro
años
abandonó
el
monasterio
para
practicar
la vida
eremítica.
Pero su
salud no
le
permitió
perseverar
en tal
propósito;
aceptó
entonces
la
invitación
del
Obispo,
que lo
llamaba
a la
ciudad
para que
fuese su
estrecho
colaborador.
Entre
los años
378 y
379
retornó
a la
ciudad.
Ordenado
diácono
en el
381 y
presbítero
en el
386, se
convirtió
en un
célebre
predicador
en las
Iglesias
de su
ciudad.
Pronunció
homilías
contra
los
arrianos,
seguidas
de las
conmemorativas
de los
mártires
antioquenos
y de
otras
sobre
las
festividades
litúrgicas
principales:
se trata
de una
gran
instrucción
sobre la
fe en
Cristo,
también
a la luz
de sus
santos.
La
intimidad
con la
Palabra
de Dios,
cultivada
durante
los años
de
soledad
eremítica,
había
madurado
en él la
urgencia
irresistible
de
predicar
el
Evangelio,
de donar
a los
demás
cuanto
había
recibido
en los
años de
meditación.
El ideal
misionero
lo lanzó
así,
alma de
fuego, a
la cura
pastoral.
Por doce
años
Juan,
por su
elocuencia
llamado
Crisóstomo,
boca de
oro,
predicó
incesantemente.
En sus
homilías
denunció
los
abusos y
las
culpas
|
del
clero, y
asumió
la
defensa
de los
pobres
condenando
las
injusticias
sociales.
En el
397 fue
elegido
Patriarca
de
Constantinopla,
y
enseguida
se
propuso
fortalecer
la vida
espiritual
de la
Diócesis,
reformando
el clero
y las
comunidades
monásticas.
Al mismo
tiempo
fundó
hospitales
y se
ingenió
para
aliviar
los
aprietos
de los
sectores
más
pobres
de la
población.
Fue
incansable
en
denunciar
el
contraste
que
existía
en la
ciudad
entre el
derroche
extravagante
de los
ricos y
la
indigencia
de los
pobres,
y al
mismo
tiempo,
en
sugerir
a los
ricos de
acoger
en su
casa a
los sin
techo.
Él
veía a
Cristo
en los
pobres;
por eso
invitaba
a los
que lo
escuchaban
a hacer
otro
tanto, y
a obrar
en
consecuencia.
Fue tan
persistente
su
defensa
de los
pobres y
la
desaprobación
de quien
era
demasiado
rico,
que
suscitó
contrariedades
y aún
hostilidad
en su
contra
de parte
de
algunos
ricos y
de
cuantos
tenían
en sus
manos el
poder
político
en la
ciudad.
A causa
de esto
fue
depuesto
de su
cargo
episcopal
y
exiliado.
Convocado
nuevamente
después
de breve
tiempo,
pudo
retomar
su
actividad
pastoral,
pero
solamente
por dos
meses,
después
fue
arrestado
mientras
celebraba
la
Pascua
en
Constantinopla,
y
nuevamente
exiliado.
Extenuado
por las
fatigosas
etapas
de su
exilio,
Crisóstomo
murió el
14 de
septiembre
del 407,
lejos de
la grey
que
había
amado
tanto. |
|
|
“Al final de su
vida, desde el
destierro en las
fronteras de
Armenia, "el lugar
más desierto del
mundo", san Juan,
enlazando con su
primera predicación
del año 386, retomó
un tema muy
importante para él:
Dios tiene un plan
para la humanidad,
un plan "inefable e
incomprensible",
pero seguramente
guiado por Él con
amor (cf. Sobre la
Providencia 2, 6).
Ésta es nuestra
certeza. Aunque no
podamos descifrar
los detalles de la
historia personal y
colectiva, sabemos
que el plan de Dios
se inspira siempre
en su amor. Así, a
pesar de sus
sufrimientos, san
Juan Crisóstomo
reafirmó el
descubrimiento de
que Dios nos ama a
cada uno con un amor
infinito y por eso
quiere la salvación
de todos. Por su
parte, el santo
Obispo cooperó a
esta salvación con
generosidad, sin
escatimar esfuerzos,
durante toda su
vida. De hecho,
consideraba como fin
último de su
existencia la gloria
de Dios que, ya
moribundo, dejó como
último testamento:
"¡Gloria a Dios por
todo!" (Paladio,
Vida 11). San Juan
Crisóstomo es uno de
los Padres más
prolíficos: de él
nos han llegado 17
tratados, más de 700
homilías auténticas,
los comentarios a
san Mateo y a san
Pablo (cartas a los
Romanos, a los
Corintios, a los
Efesios y a los
Hebreos) y 241
cartas. No fue un
teólogo
especulativo. Sin
embargo, transmitió
la doctrina
tradicional y segura
de la Iglesia en una
época de
controversias
teológicas
suscitadas sobre
todo por el
arrianismo, es
decir, por la
negación de la
divinidad de Cristo.
Por tanto, es un
testigo fiable del
desarrollo dogmático
alcanzado por la
Iglesia en los
siglos IV y V. Su
teología es
exquisitamente
pastoral; en ella es
constante la
preocupación de la
coherencia entre el
pensamiento
expresado por la
palabra y la
vivencia
existencial. Este
es, en particular,
el hilo conductor de
las espléndidas
catequesis con las
que preparaba a los
catecúmenos para
recibir el
Bautismo”.[5] |
|
Digno de
especial
mención
es el
esfuerzo
extraordinario
puesto
en obra
por san
Juan
Crisóstomo
para
promover
la
reconciliación
y la
plena
comunión
entre
los
cristianos
de
Oriente
y
Occidente.
En
particular,
fue
decisiva
su
contribución
para
poner
fin al
cisma
que
separaba
la sede
de
Antioquía
y la de
Roma y
de las
otras
Iglesias
Occidentales.
En el
tiempo
de su
consagración
como
Obispo
de
Constantinopla,
Juan
envió
una
delegación
al Papa
Siricio,
a Roma.
Como
sostén
de esta
misión,
en vista
de su
proyecto
de poner
fin al
cisma,
obtuvo
la
colaboración
del
Obispo
de
Alejandría
de
Egipto.
El Papa
Siricio
respondió
positivamente
a la
iniciativa
diplomática
de Juan;
el cisma
fue
resuelto
pacíficamente
y se
restableció
la plena
comunión
entre
las
Iglesias,
aunque
no
definitivamente.
La fe
del
Crisóstomo
en el
misterio
de amor
que une
los
creyentes
a Cristo
y entre
sí lo
condujo
a
expresar
una
profunda
veneración
por la
Eucaristía,
veneración
que
alimentó
particularmente
en la
celebración
de la
Divina
Liturgia.
Una de
las más
ricas
expresiones
de la
Liturgia
oriental
lleva su
nombre:
“La
Divina
Liturgia
de san
Juan
Crisóstomo”.
Juan
comprendía
que la
Divina
Liturgia
pone
espiritualmente
el
creyente
entre la
vida
terrena
y las
realidades
celestiales
que ha
prometido
el
Señor.
Expresaba
a
Basilio
Magno su
temor
reverencial
al
celebrar
los
sagrados
misterios
con
estas
palabras:
«Cuando
tú ves
el Señor
inmolado
yacer
sobre el
altar y
el
sacerdote
que,
estando
de pie,
ora
sobre la
víctima…
¿puedes
aún
pensar
de estar
entre
los
hombres,
de estar
sobre la
tierra?
¿No
eres, al
contrario,
enseguida
transportado
al
cielo?».
Los
sagrados
ritos,
dice
Juan,
«no sólo
son
maravillosos
para
ver,
sino
extraordinarios
por el
temor
reverencial
que
suscitan.
Ahí está
de pie
el
sacerdote…
que hace
descender
el
Espíritu
Santo,
él ruega
prolongadamente
que la
gracia
que
desciende
sobre el
sacrificio
pueda
iluminar
en aquel
lugar la
mente de
todos y
hacerlas
más
|
espléndidas
que la
plata
purificada
en el
fuego.
¿Quién
puede
despreciar
este
venerado
misterio?».
Naturalmente
de la
contemplación
del
Misterio
Juan
saca las
consecuencias
morales
en las
que
implica
sus
oyentes:
les
recuerda
que la
comunión
con el
Cuerpo y
la
Sangre
de
Cristo
los
obliga a
ofrecer
asistencia
material
a los
pobres y
a los
hambrientos
que
viven
entre
ellos.
La mesa
del
Señor es
el lugar
donde
los
creyentes
reconocen
y acogen
al pobre
y al
necesitado
que tal
vez
antes
habían
ignorado.
Exhorta
a los
fieles
de todos
los
tiempos
a ver
más allá
del
altar
sobre el
que se
ofrece
el
sacrificio
eucarístico,
a ver
Cristo
en la
persona
de los
pobres,
recordando
que
gracias
a la
ayuda
prestada
a los
necesitados,
podrán
ofrecer
sobre el
altar de
Cristo
un
sacrificio
agradable
a Dios.
Este
gran
pastor
testifica
su amor
extraordinario
también
por la
Palabra
de Dios:
“Muchas
grandes
ondas y
amenazadoras
tempestades
nos
asechan,
pero no
tenemos
miedo de
ser
sumergidos,
porque
estamos
fundados
sobre
roca.
(…) No
temo la
pobreza,
no
codicio
riquezas,
no temo
la
muerte
ni deseo
vivir,
sino por
el bien
de
ustedes.
(…) ¿Me
apoyo
sobre
mis
fuerzas?
No,
porque
tengo su
garantía,
tengo su
Palabra:
Ella es
mi
bastón,
mi
seguridad,
mi
puerto
seguro y
tranquilo.
Aún si
todo el
mundo
está
trastornado,
tengo en
mis
manos la
Escritura,
leo su
Palabra:
Ella es
mi
seguridad
y mi
defensa.
(…) En
cualquier
parte
que el
Señor me
quiera,
le doy
gracias.
Donde yo
esté,
allí
estarán
también
ustedes.
Donde
estén
ustedes,
allí
estaré
también
yo.
Nosotros
somos un
cuerpo
solo, y
no se
separa
la
cabeza
del
cuerpo,
ni el
cuerpo
de la
cabeza.
Aunque
estemos
distantes
estamos
unidos
en la
caridad,
más aún,
ni la
muerte
podrá
separarnos”.[6]
Hna. Giuseppina
Alberghina, sjbp |
|
|
|
Notas
[1]
P. Santiago
Alberione,
APOSTOLATO
DELL’EDIZIONE
(1°. edición),
escrita en 1944,
Año de la última
edición presente:
2000, Opera Omnia.
El párrafo presente
fue tomado de
Parte: PARTE
SECONDA - GLI
APOSTOLATI DELLA
STAMPA, DEL CINEMA E
DELLA RADIO -
Capítulo: Prima
Sezione -
L'APOSTOLATO DELLA
STAMPA Parágrafo:
CAPO XIII - I SANTI
PADRI - Pág.
195 - num.
235.
[2]
P. Santiago
Alberione,
ALLE FIGLIE DI SAN
PAOLO 1929-1933
(1929),
escrita en 1929,
Año edición
presente: 2005. El
párrafo presente fue
tomado de Parte:
MEDITAZIONI VARIE
1929 - Capítulo:
1. L'APOSTOLATO
Parágrafo: [III.
Necessità della
diffusione e
iniziative
prioritarie] -
Pág.: 48, nota a
pie de página.
[3]
P. Santiago
Alberione,
ALLE SUORE
PASTORELLE,
AAP 1963, 449.
[4]
P.
Santiago Alberione,
ALLE SUORE
PASTORELLE,
PrP IV, 1949, 37.
[5]
Benedicto XVI,
Catequesis en las
Audiencias Generales
de los miércoles, 19
y 26 de septiembre
de 2007.
[6]
De
las Homilías de San
Juan Crisóstomo, PG
52, 427-430. |