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En su Hijo Jesús Buen Pastor el Padre ha abierto en la Iglesia, a través del Beato Santiago Alberione, un nuevo camino de santidad. La santidad de Dios, que no es otra cosa que su bondad y su belleza, se hizo visible en Cristo Buen Pastor: kalōs, el Pastor Bello.

Buen Pastor, Mausoleo de Galla Placidia, Ravenna

 

Para todo cristiano, el camino de santidad inicia con el Bautismo. Todos estamos llamados a vivir en santidad la fe, la esperanza y la caridad.

Para nosotras, Pastorcitas,  no es sólo una vocación a la santidad personal, sino que también estamos llamadas  a cuidar de la santidad del pueblo de Dios en el ministerio de cura pastoral. La nuestra es una vocación a ser madres y hermanas en el Espíritu al servicio de la santidad de la Iglesia mediante la configuración a Cristo Pastor, para despertar en la humanidad de hoy el gusto de Dios.

Supliquemos en la oración el don de la santidad pastoral:

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Dejémonos interpelar por algunos testigos de santidad vivida en el ministerio de cura pastoral.

 

Los Padres de la Iglesia

San Ambrosio de Milán

Pastor y Padre de la Iglesia

Se recuerda el 7 de diciembre 

 

Ambrosio, miembro de dos importantes familias de Senadores romanos convertidas al cristianismo, la familia de los Aurelii, por parte materna, y la familia de los Simmaci, por parte paterna, nació alrededor del 339 en Treviri, en la antigua Galia, donde su padre era  Prefecto del Pretorio. Fue destinado a la carrera administrativa siguiendo las huellas de su padre, y para esto frecuentó las memore escuelas de Roma, participando posteriormente de la vida pública de la ciudad y recibiendo una educación clásica, en derecho, literatura y retórica.

 

Después de cinco años de magistratura en Sirmio, en el 370 fue gobernador de la Liguria, luego de la Emilia, y finalmente llegó a Milán como gobernador de Italia septentrional, donde se convirtió en una figura de relieve en la corte del Emperador Valentiniano I. Su habilidad de funcionario en dirimir los pacíficamente los fuertes contrastes con los arrianos le valió un gran aprecio por parte de la población.

 

Habían pasado unos cincuenta años del Edicto de Constantino, y la Iglesia iba creciendo, consolidándose y organizándose, y al mismo tiempo sufría las consecuencias de las primeras herejías cristológicas y de las luchas entre arrianos y ortodoxos, es decir entre los que adherían plenamente a los Concilios que habían sancionado los primeros dogmas de la fe cristiana y los que se le oponían.

 

En el 374, después de la muerte del obispo arriano Ausencio, Ambrosio fue proclamado obispo de Milán al grito de "¡Ambrosio obispo!", cuando todavía era sólo un catecúmeno. Al inicio rechazó decididamente el encargo, no estando preparado ya que no había recibido aún el Bautismo ni había afrontado los estudios de Teología. Después de haber sido confirmado en su cargo por parte del Emperador Flavio Valentiniano, en pocos días Ambrosio fue bautizado y ordenado obispo.

 

Muy preparado culturalmente pero muy desprovisto en el conocimiento de la Sagrada Escritura, el nuevo obispo se puso a estudiarla infatigablemente. De esta manera Ambrosio transfirió al ambiente latino la meditación de las Escrituras iniciada por Orígenes,  comenzando en Occidente la práctica de la Lectio divina. El método de la Lectio llegó a guiar toda la predicación y los escritos de Ambrosio, que manaban abundantemente de la escucha orante de la Palabra de Dios.

 

El obispo adoptó un estilo de vida ascético, distribuyó sus bienes a los pobres  donándoles sus propiedades agrícolas, excepto lo necesario para su hermana Marcelina, que se consagró a Cristo en la Orden de las vírgenes, para la cual Ambrosio escribió su célebre tratado sobre la virginidad cristiana.

Hombre de gran caridad, mantuvo siempre su puerta abierta, prodigándose sin tregua por el bien de las personas confiadas a sus cuidados.

 

Su sapiencia y su prestigio fueron determinantes para la conversión de Agustín, espíritu agudo e inquieto que en el 386 había llegado a Milán para enseñar retórica, y era en búsqueda de la verdad. Buscaba, pero no era capaz de encontrar, porque aún no se había dado cuenta que era Dios quien lo buscaba a él. Movieron el corazón del joven orador africano y lo impulsaron  a la conversión las bellas homilías de Ambrosio, sobre todo el testimonio de su vida y de la Iglesia de Milán, profundamente unida a su obispo, que rezaba y cantaba, y cuyos himnos encantaron el corazón de Agustín. En la noche de Pascua del 387 Agustín recibió el Bautismo.

 

La Iglesia guiada por Ambrosio fue capaz de resistir a las prepotencias del Emperador y de su madre, que en los primeros días del 386 regresaron pretendiendo la restitución de un edificio de culto para las ceremonias de los arrianos. Dentro del edificio que debía ser restituido – cuenta Agustín - «el pueblo devoto velaba, dispuesto a morir con su Obispo. También nosotros, aunque todavía espiritualmente tibios, participábamos de la animación de todo el pueblo». [1]

 

Posteriormente, Ambrosio hizo construir basílicas en los cuatro extremos de la ciudad, como formando un cuadrado protector, probablemente pensando en la forma de una cruz. Corresponden a las actuales basílicas de San Nazaro, en las inmediaciones de la Puerta Romana; en la parte opuesta, la basílica de San Simpliciano; al suroeste la Basílica Martyrum para acoger los cuerpos de los santos Gervasio y Protasio. Fue el mismo Ambrosio quien recuperó tales reliquias en honor de los cuales fue construida la basílica, en la cual será sepultado el mismo Ambrosio, y que sucesivamente será llamada, precisamente, basílica de San Ambrosio; y finalmente, la Basílica de San Dionisio.

 

Ambrosio, obispo de Milán, que era la ciudad de residencia de la corte imperial, ejerció una influencia importante en la vida social y política del Imperio. En particular, justamente porque el Emperador, comenzando por Constantino, mantenía una cierta autoridad al interno de la Iglesia, Ambrosio tomó distancia conservando sus prerrogativas eclesiales, hasta asumir el cuidado de la vida cristiana del Emperador Teodosio.

 

En efecto, en el 390 lo reprendió severamente porque había ordenado un masacro en la población de Tesalónica, rea de haber linchado el jefe del presidio romano de la ciudad. En tres horas de masacre fueron asesinadas miles de personas. Ambrosio impuso al Emperador una "penitencia pública", es decir la exclusión de la participación en la Liturgia. Teodosio si plegó a la firmeza de Ambrosio y aceptó la penitencia impuesta. Sólo en la Navidad siguiente fue absuelto y readmitido a los sacramentos.

 

Ambrosio escribió obras de Moral y de Teología, y combatió a fondo tanto el arrianismo como el paganismo. En pocos años maduró un extraordinario sensus fidei, que influyó notablemente en la cultura de su tiempo. Escribió además muchos himnos para la oración, realizando reformas fundamentales en la Liturgia y en el canto sacro, introduciendo muchos elementos tomados de la Liturgia oriental. Su Liturgia fue mantenida en la Diócesis de Milán por sus sucesores, y reconocida como rito ambrosiano se está en plena vigencia.

 

Se dedicó pródigamente a renovar la espiritualidad y la preparación teológica del clero y a proponer experiencias testimoniales fuertes al pueblo cristiano. Promovió y sostuvo la virginidad consagrada, renovando así la dimensión escatológica, que después de la época de los mártires comenzaba a debilitarse. Pronunció palabras severas contra la usura y el uso egoísta de los bienes de la tierra, con su parresía evangélica se opuso a Emperadores y potentes de la época caídos

en errores morales y doctrinales, sin olvidarse nunca de anunciar la misericordia de Dios para con los pecadores.

 

En el tratado sobre la Penitencia es muy hermoso captar cómo el santo obispo se reconoce solidario con los pecadores: “Señor, no permitas que se pierda, ahora que es obispo, aquel que cuando estaba perdido has llamado al episcopado, y concédeme ante todo ser capaz de compartir el dolor de los pecadores con íntima participación. Más aún, cada vez que se trate del pecado de uno que ha caído, concédeme sentir compasión y no reprocharlo altaneramente, sino gemir y llorar, de manera que, mientras lloro sobre otro, llore sobre mí mismo”. [2]

 

Fue un pastor fiel a Cristo y a su rebaño, que guió con sapiencia y coraje en la maduración de la fe y en la plena adhesión al Evangelio. Se consumió enteramente en el ejercicio del ministerio pastoral, y murió cuando todavía no había cumplido los sesenta años.

 

“El santo obispo Ambrosio murió en Milán en la noche entre el 3 y el 4 de abril del año 397. Era el alba del Sábado santo. El día anterior, hacia las cinco de la tarde, se había puesto a rezar, postrado en la cama, con los brazos abiertos en forma de cruz. Así participaba en el solemne Triduo pascual, en la muerte y en la resurrección del Señor. "Nosotros veíamos que se movían sus labios", atestigua Paulino, el diácono fiel que, impulsado por san Agustín, escribió su Vida, "pero no escuchábamos su voz". En un momento determinado pareció que llegaba su fin. Honorato, obispo de Vercelli, que se encontraba prestando asistencia a san Ambrosio y dormía en el piso superior, se despertó al escuchar una voz que le repetía: “Levántate pronto. Ambrosio está a punto de morir". Honorato bajó de prisa —prosigue Paulino— "y le ofreció al santo el Cuerpo del Señor. En cuanto lo tomó, Ambrosio entregó el espíritu, llevándose consigo el santo viático. Así su alma, robustecida con la fuerza de ese alimento, goza ahora de la compañía de los ángeles" (Vida 47). En aquel Viernes santo del año 397 los brazos abiertos de san Ambrosio moribundo manifestaban su participación mística en la muerte y la resurrección del Señor. Esa era su última catequesis: en el silencio de las palabras seguía hablando con el testimonio de la vida. [3]

 

La herencia de Ambrosio está representada principalmente por su actividad pastoral: la predicación de la Palabra de Dios conjugada con la Teología, la atención a los problemas de la justicia social, la acogida de las personas provenientes de pueblos lejanos, la denuncia de los errores en la vida civil y política. Una tradición que a lo largo de los siglos ha sido custodiada por la Iglesia entera, especialmente por la ambrosiana. Las homilías y los pronunciamientos de su Obispo, que aún hoy, con ocasión de la fiesta de San Ambrosio, son tenidos en gran consideración por la opinión pública.

“Al igual que el apóstol san Juan, el obispo san Ambrosio —que nunca se cansaba de repetir: “Omnia Christus est nobis", "Cristo lo es todo para nosotros"— es un auténtico testigo del Señor. Con sus mismas palabras, llenas de amor a Jesús, concluimos así nuestra catequesis: “Cristo lo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es el médico; si estás ardiendo de fiebre, él es la fuente; si estás oprimido por la injusticia, él es la justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es la fuerza; si tienes miedo a la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si estás en las tinieblas, él es la luz. (...) Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bienaventurado el hombre que espera en él" (De virginitate 16, 99)”. [4]

 

Ambrosio de Milán, santo obispo y Padre de la Iglesia, permanece un punto de referencia para cualquiera que esté llamado al cuidado de la vida en Cristo y a anunciar el Evangelio a los que buscan la verdad y la justicia y no logran encontrarla, porque no saben que es  Dios mismo quien ha puesto ese deseo en sus corazones. También a él podemos hacer referencia para encontrar aquel respiro eclesial a dos pulmones, el del Oriente y el del Occidente cristiano, que Juan Pablo II deseó y promovió en toda la Iglesia, durante todo si pontificado.

 

Preparado por la Hna. Giuseppina Alberghina sjbp

 

Notas

[1] Agustín de Hipona, Confesiones, 9, 7.

[2] S. Ambrosio, Sobre la penitencia, 2, 73.78.

[3] Benedicto XVI, Audiencia General del 24 de octubre de 2007.

[4] Benedicto XVI, ídem.

 
 

Testigos de santidad pastoral

Hna. Cecilia Dominga Sciarrone:

el corazón ardiente y las manos laboriosas

de una auténtica misionera

 

Dominga es una bella jovencita calabresa de 21 años cuando pide entrar en la Congregación de las Hermanas de Jesús Buen Pastor, Pastorcitas, un nuevo grupo de Religiosas de la Familia Paulina que tenía sólo 4 años de vida. Efectivamente, el 22 de septiembre de 1942, Dominga se une al pequeño grupo de Hermanas que, en Genzano de Roma, comienza a ser consistente y se desarrolla rápidamente.

  

La joven llegó provista con la presentación de su párroco, el P. Cayetano Cotroneo, que testimoniaba la solidez de su vocación religiosa. Dominga creció en una familia cristiana de buen nivel social, que se distinguía en la ciudad por un buen pasar y por la frecuencia asidua a la vida parroquial. El papá Santo y la mamá Eleonora Pratticò tuvieron seis hijos: un varón, que fue magistrado, y cinco mujeres, entre las cuales dos religiosas, una Pastorcita, nuestra Hna. Cecilia, y una Salesiana, Hna. Catalina.

 

Dominga nació en Campo Calabro, en la provincia de Reggio Calabria, el 23 de noviembre de 1920 y fue bautizada en la Iglesia parroquial dedicada a Santa María Magdalena, el 8 de diciembre sucesivo, fiesta de la Inmaculada, como atestigua el Acta de Bautismo.

 

Cuando Dominga entró en la Congregación eran los años borrascosos de la segunda guerra mundial, y el pequeño rebaño de Pastorcitas se industriaba para afrontar las dificultades y las privaciones, y para ayudar a la gente de los alrededores.

 

El tiempo de guerra coincidió con el de su primera formación, y junto a las Hermanas vivió la peregrinación de una comunidad a otra en búsqueda de un lugar más seguro. A fines de 1942 se encontraba en Valdicastello, en la provincia de Lucca, y sucesivamente en Farra d’Alpago, Belluno. Tiempos difíciles pero de grandes  impulsos generosos con los cuales vivir el seguimiento del Señor con radicalidad evangélica.

 

Solamente a fines de la guerra, cuando la paz se fue consolidando, Dominga hizo el Noviciado en Genzano y emitió la primera Profesión Religiosa el 6 de enero de 1948, tomando el nombre de Cecilia, la mártir romana que había derramado su sangre por Cristo, dando un testimonio alegre y valiente de su fe. La Hna. Cecilia trató de honrar siempre la mártir de la que llevaba el nombre, y desde los inicios de su vida religiosa fue “animada por un gran espíritu de fe y de caridad, contenta, generosa con todas, atenta a ayudar, especialmente en la costurería, y donde hubiese necesidad, sin hacer pesar a ninguno lo que hacía”, como testimonia una Hermana.

 

Después de la Profesión fue transferida a S. Pietro alle Acque, en Umbría, que en aquellos años era la casa principal del Instituto, donde se desarrollaba también la primera parte de la formación inicial. La Hna. Cecilia, entre sus tantas cualidades humanas y espirituales, sabía coser y bordar finamente, y practicaba muchas otras artes femeninas, que transmitía a las jóvenes con entusiasmo. En 1951 le fue confiado el encargo de superiora en la comunidad de Polinago, donde en invierno nunca falta la nieve, y en 1953 fue llamada a animar la comunidad de Medolla,  al servicio de una parroquia llena de vida. Justamente en Medolla, donde estaba por

 iniciar su apostolado, le llegó la llamada misionera: Brasil, donde la Congregación estaba poniendo las primeras raíces y muchas jóvenes pedían entrar. Era necesaria una Hermana como Cecilia para dar una mano en el fervor del crecimiento, en el que se necesita proveer tantas cosas, entre las cuales tener una casa donde acoger a las jóvenes que entraban. “Apenas puso pies en suelo brasileño, después de dos días de su llegada, me acompañó en una gira de beneficencia por Río de Janeiro, para sobrevivir a las necesidades de la casa de Terceira Légua de Caxias do Sul, donde ya había un buen grupo de aspirantes”, testimonia la misma Hermana antes.

 

La Hna. Cecilia se insirió en la comunidad formativa de Terceira Légua y las Hermanas se sentían muy a gusto en su compañía. Era sencilla y espontánea, en su modo de expresarse no faltaba una nota de alegría; sabía también aceptar sus límites y reconocer sinceramente cuando se equivocaba. En 1959 formó parte de la comunidad de Avenida san Leopoldo, siempre en Caxias do Sul, que en 1956 se había convertido en la casa principal del Instituto y casa de formación.

 

Después de uno de sus viajes misioneros en barco, escribía al P. Alberione narrando cómo transcurría los días durante la larga travesía, rezando mucho y dedicándose también a los niños que viajaban con sus familias. Entre otras cosas escribía: “Se alababa a Dios sobre la inmensidad de las aguas. He sufrido la separación de familiares y Hermanas, pero en mi corazón vibraba mucha alegría e intimidad con Jesús, durante los largos coloquios delante de aquel pequeño Sagrario; renovando in cada instante el ofrecimiento que Usted conoce… en reparación por tantos y tantos pecados que se cometen”.

 

En 1963 regresó a Italia y permaneció por poco más de un año en la comunidad de Saliceto Panaro, donde se dedicó a la pastoral familiar. Partió de nuevo para Brasil insiriéndose en la comunidad de Jabaquara, en San Pablo, donde la Congregación tenía ya una comunidad grande y una primera escuela, destinada a convertirse en un prestigioso Instituto educativo: en Instituto Divina Pastora. Aquí la Hna. Cecilia, come siempre, estaba bien junto a las jóvenes y contribuía con su laboriosidad a proveer a las miles necesidades cotidianas. Permaneció hasta 1969, cuando fue nombrada superiora de la comunidad de Terceira Légua, donde había iniciado su aventura misionera. Sucesivamente fue superiora de la comunidad de Fagundes Varela, que fue abierta en 1954. Aquí permaneció hasta su regreso definitivo a Italia en 1971.

 

Segunda parte

En la primera parte hemos descrito la vocación y la vida religiosa de la Hna. Cecilia Dominga Sciarrone, incluida su bella experiencia misionera en Brasil, que concluye en 1971, año en el que es llamada a retornar a Italia.

 

A su regreso de Brasil, después de una pausa en Albano, dedicada al estudio para conseguir el diploma de maestra de Preescolar, la Hna. Cecilia es llamada a formar parte de la comunidad de Borgo Milano, en Verona, donde en el año escolástico 1972/73 realiza su tirocinio en el Preescolar allí existente. Vive con gran alegría el apostolado y se prodiga con generosidad donde ve una necesidad. Es fidelísima en el cuidado de su vida espiritual y difícilmente descuida la oración. Se prepara con pasión al apostolado, especialmente para la Catequesis, que ama mucho y que hace con gusto, sin dejar de participar de los cursos de actualización.  Se dedica también a visitar a los enfermos de la Parroquia y entra a formar parte de la Unitalsi[1], justamente para poder desarrollar mejor su tarea de consolación y de ayuda espiritual hacia los que sufren. 

 

La Hna. Cecilia a menudo tiene ocurrencias humorísticas que hacen agradable su compañía, con su sencillez desarmante unida a una gran precisión en todo lo que hace, ofrece un bellísimo ejemplo de disponibilidad y responsabilidad. Es afectuosa y sincera, siempre lista para colaborar en las necesidades del momento, demostrando un gran amor hacia la Congregación. Su profunda fe y la plena confianza en el Primer Maestro y en sus superioras la hacen dócil a la obediencia y celante en el apostolado, que sabe realizar solamente por el Señor y no para hacerse notar. La Hna. Cecilia habla y escucha con gusto las cosas de Dios, alimenta su coloquio interior con el Señor para conocerlo y amarlo siem-

pre más.

 

Su salud no es de las mejores y en el verano (el verano europeo) de 1975, durante la visita a su familia, aprovecha para un período de reposo, gozando también de su bellísimo mar calabrés. En agosto, de regreso a la comunidad, se manifiestan los primeros síntomas de un mal que no se logra diagnosticar con facilidad. Acusa cansancio y fuertes dolores de cabeza. El médico le aconseja una cura reconstituyente, que no surte los resultados esperados. Con el pasar de las semanas su salud tiende a empeorar y la Hna. Cecilia manifiesta momentos pasajeros de pérdida de la memoria, y a veces manifiesta en su comportamiento una cierta desorientación.

 

Esta situación no le consiente continuar desarrollando su apostolado y deja la comunidad de Borgo Milano, la gente de la Parroquia, especialmente los enfermos, que la quieren mucho, le auguran una pronta recuperación y un feliz retorno. Así, hacia fines del año, la Hna. Cecilia se traslada a la Casa Madre en Albano, y su estado de salud aconseja la internación en la Clínica Regina Apostolorum, donde es operada de vesícula. Se recupera con fatiga, y durante la larga convalecencia se notan algunos signos evidentes de empeoramiento y de fatiga mental. Enseguida después de la Pascua de 1976 se decide una hospitalización inmediata en una Clínica especializada de Roma, donde permanece solamente un día por la dificultad en diagnosticar el mal. Por eso el 24 de abril es transferida al Hospital San Camilo, donde permaneció hasta el 22 de junio.

 

Antes de partir de Albano para la hospitalización en Roma, una Hermana la conforta, recordándole una frase del Primer Maestro: “El lecho de una Hermana enferma es como un altar”. En aquel instante su rostro parece transfigurarse y dulcemente responde a la Hermana: “¡Qué cosa hermosa me estás diciendo!”. En esta frase está toda Hna. Cecilia, su determinación de querer ser una religiosa en todo, hasta el ofrecimiento de la vida junto a Jesús Buen Pastor.

 

En el Hospital le fue diagnosticado un tumor al cerebro, tal vez en estado ya avanzado, pero de todas maneras de intenta una intervención quirúrgica con el objetivo de circunscribir el mal; pero el objetivo no es alcanzado y sus condiciones empeoran notablemente. Viendo la situación muy grave, los médicos aconsejan trasferirla al Hospital de Albano Laziale, para poder ser asistida más fácilmente por sus Hermanas, que se alternan día y noche a su cabecera, con gran amor y dedicación.

 

El día de los Santos Apóstoles Pedro y Pa-

blo, gran fiesta para la Congregación, la

Superiora General, en viaje para Brasil, va a visitar a la Hna. Cecilia para saludarla y pedirle la colaboración de sus oraciones y su ofrecimiento. La Hna. Cecilia no puede hablar pero manifiesta con la expresión de su rostro y sobre todo con los ojos su alegría y su participación en el viaje, con el ofrecimiento de sus sufrimientos. Aunque está paralizada, al momento de rezar el Padrenuestro se recompone en actitud de oración, aquella oración del corazón que el Señor acoge en el secreto de su misterio.

 

La situación de su salud se agrava aún más, y Hna. Catalina, su hermana salesiana, permanece a su lado en los últimos días, junto a las Pastorcitas que no la dejan sola un instante. Al alba del 13 de julio de  1976, a las 3.40, la Hna. Cecilia entrega al Padre su existencia terrena y entra en la Vida que no tiene fin.

 

Una vida breve la de la Hna. Cecilia, que en el mes de noviembre sucesivo habría cumplido 56 años. Breve pero intensa en la fe y en la dedicación a Jesús Buen Pastor, en el amor a la vocación de Pastorcita y en el cuidado del pueblo de Dios. Su corazón ardiente se purificó en el crisol de un sufrimiento profundo y difícil de comprender, pero que el Padre Celestial ha acogido en el silencioso ofrecimiento de un acto de amor purísimo que sólo Él pudo conocer en su intensidad y en su gratuidad. Sus manos, unidas a las de Cristo Crucificado y glorioso, ciertamente continúan siendo laboriosas en la abundancia de bendiciones y en la intercesión, en la presencia beatificante de la Santísima Trinidad.

 

Hna. Giuseppina Alberghina sjbp

 

Notas

[1] U.N.I.T.A.L.S.I. (UNITALSI) – Unione Nazionale Italiana Trasporto Ammalati a Lourdes e Santuari Internazionali.

 

Archivo

 

© Hermanas de Jesús Buen Pastor - Pastorcitas