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En su Hijo
Jesús Buen Pastor el Padre ha abierto en la Iglesia, a
través del Beato Santiago Alberione, un nuevo camino de
santidad. La santidad de Dios, que no es otra cosa que
su bondad y su belleza, se hizo visible en Cristo Buen
Pastor:
kalōs, el Pastor Bello. |
Buen
Pastor,
Mausoleo de
Galla
Placidia,
Ravenna |
|
Para todo
cristiano, el camino de santidad inicia con el Bautismo.
Todos estamos llamados a vivir en santidad la fe, la
esperanza y la caridad.
Para nosotras,
Pastorcitas, no es sólo una vocación a la santidad
personal, sino que también estamos llamadas a
cuidar de la santidad del pueblo de Dios en el
ministerio de cura pastoral. La nuestra es una vocación
a ser madres y hermanas en el Espíritu al servicio de la
santidad de la Iglesia mediante la configuración a
Cristo Pastor, para despertar en la humanidad de hoy el
gusto de Dios.
Supliquemos en la
oración el don de la
santidad pastoral:
italiano
english
português
español |
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Dejémonos interpelar por
algunos testigos
de santidad vivida en el
ministerio de cura
pastoral.
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Los Padres de la
Iglesia |
San Ambrosio de
Milán
Pastor y Padre de la Iglesia
Se recuerda el 7 de
diciembre
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Ambrosio, miembro de
dos importantes
familias de
Senadores romanos
convertidas al
cristianismo, la
familia de los
Aurelii, por
parte materna, y la
familia de los
Simmaci, por
parte paterna, nació
alrededor del
339
en Treviri, en la
antigua Galia, donde
su padre era
Prefecto del
Pretorio. Fue
destinado a la
carrera
administrativa
siguiendo las
huellas de su padre,
y para esto
frecuentó las memore
escuelas de Roma,
participando
posteriormente de la
vida pública de la
ciudad y recibiendo
una educación
clásica, en derecho,
literatura y
retórica. |
|
Después de cinco
años de magistratura
en Sirmio, en el
370
fue gobernador de la
Liguria, luego de la
Emilia, y finalmente
llegó a Milán como
gobernador de Italia
septentrional, donde
se convirtió en una
figura de relieve en
la corte del
Emperador
Valentiniano I. Su
habilidad de
funcionario en
dirimir los
pacíficamente los
fuertes contrastes
con los arrianos le
valió un gran
aprecio por parte de
la población.
Habían pasado unos
cincuenta años del
Edicto de
Constantino, y la
Iglesia iba
creciendo,
consolidándose y
organizándose, y al
mismo tiempo sufría
las consecuencias de
las primeras
herejías
cristológicas y de
las luchas entre
arrianos y
ortodoxos, es decir
entre los que
adherían plenamente
a los Concilios que
habían sancionado
los primeros dogmas
de la fe cristiana y
los que se le
oponían.
|
|
En el
374,
después
de la
muerte
del
obispo
arriano
Ausencio,
Ambrosio
fue
proclamado
obispo
de Milán
al grito
de
"¡Ambrosio
obispo!",
cuando
todavía
era sólo
un
catecúmeno.
Al
inicio
rechazó
decididamente
el
encargo,
no
estando
preparado
ya que
no había
recibido
aún el
Bautismo
ni había
afrontado
los
estudios
de
Teología.
Después
de haber
sido
confirmado
en su
cargo
por
parte
del
Emperador
Flavio
Valentiniano,
en pocos
días
Ambrosio
fue
bautizado
y
ordenado
obispo.
Muy
preparado
culturalmente
pero muy
desprovisto
en el
conocimiento
de la
Sagrada
Escritura,
el nuevo
obispo
se puso
a
estudiarla
infatigablemente.
De esta
manera
Ambrosio
transfirió
al
ambiente
latino
la
meditación
de las
Escrituras
iniciada
por
Orígenes,
comenzando
en
Occidente
la
práctica
de la
Lectio
divina.
El
método
de la
Lectio
llegó a
guiar
toda la
predicación
y los
escritos
de
Ambrosio,
que
manaban
abundantemente
de la
escucha
orante
de la
Palabra
de Dios.
El
obispo
adoptó
un
estilo
de vida
ascético,
distribuyó
sus
bienes a
los
pobres
donándoles
sus
propiedades
agrícolas,
excepto
lo
necesario
para su
hermana
Marcelina,
que se
consagró
a Cristo
en la
Orden de
las
vírgenes,
para la
cual
Ambrosio
escribió
su
célebre
tratado
sobre la
virginidad
cristiana.
|
Hombre de gran
caridad, mantuvo
siempre su puerta
abierta,
prodigándose sin
tregua por el bien
de las personas
confiadas a sus
cuidados.
Su sapiencia y su
prestigio fueron
determinantes para
la conversión de
Agustín, espíritu
agudo e inquieto que
en el 386 había
llegado a Milán para
enseñar retórica, y
era en búsqueda de
la verdad. Buscaba,
pero no era capaz de
encontrar, porque
aún no se había dado
cuenta que era Dios
quien lo buscaba a
él. Movieron el
corazón del joven
orador
africano y lo
impulsaron a la
conversión las
bellas homilías de
Ambrosio, sobre todo
el testimonio de su
vida y de la Iglesia
de Milán,
profundamente unida
a su obispo, que
rezaba y cantaba, y
cuyos himnos
encantaron el
corazón de Agustín.
En la noche de
Pascua del 387
Agustín recibió el
Bautismo.
La Iglesia guiada
por Ambrosio fue
capaz de resistir a
las prepotencias del
Emperador y de su
madre, que en los
primeros días del
386 regresaron
pretendiendo la
restitución de un
edificio de culto
para las ceremonias
de los arrianos.
Dentro del edificio
que debía ser
restituido – cuenta
Agustín - «el
pueblo devoto
velaba, dispuesto a
morir con su Obispo.
También nosotros,
aunque todavía
espiritualmente
tibios,
participábamos de la
animación de todo el
pueblo».
[1]
|
|
|
Posteriormente,
Ambrosio hizo
construir basílicas
en los cuatro
extremos de la
ciudad, como
formando un cuadrado
protector,
probablemente
pensando en la forma
de una cruz.
Corresponden a las
actuales basílicas
de San Nazaro, en
las inmediaciones de
la Puerta Romana; en
la parte opuesta, la
basílica de San
Simpliciano; al
suroeste la
Basílica Martyrum
para acoger los
cuerpos de los
santos Gervasio y
Protasio. Fue el
mismo Ambrosio quien
recuperó tales
reliquias en honor
de los cuales fue
construida la
basílica, en la cual
será sepultado el
mismo Ambrosio, y
que sucesivamente
será llamada,
precisamente,
basílica de San
Ambrosio; y
finalmente, la
Basílica de San
Dionisio.
Ambrosio, obispo de
Milán, que era la
ciudad de residencia
de la corte
imperial, ejerció
una influencia
importante en la
vida social y
política del
Imperio. En
particular,
justamente porque el
Emperador,
comenzando por
Constantino,
mantenía una cierta
autoridad al interno
de la Iglesia,
Ambrosio tomó
distancia
conservando sus
prerrogativas
eclesiales, hasta
asumir el cuidado de
la vida cristiana
del Emperador
Teodosio.
En efecto, en el 390
lo reprendió
severamente porque
había ordenado un
masacro en la
población de
Tesalónica, rea de
haber linchado el
jefe del presidio
romano de la ciudad.
En tres horas de
masacre fueron
asesinadas miles de
personas. Ambrosio
impuso al Emperador
una "penitencia
pública", es decir
la exclusión de la
participación en la
Liturgia. Teodosio
si plegó a la
firmeza de Ambrosio
y aceptó la
penitencia impuesta.
Sólo en la Navidad
siguiente fue
absuelto y
readmitido a los
sacramentos. |
|
Ambrosio
escribió
obras de
Moral y
de
Teología,
y
combatió
a fondo
tanto el
arrianismo
como el
paganismo.
En pocos
años
maduró
un
extraordinario
sensus
fidei,
que
influyó
notablemente
en la
cultura
de su
tiempo.
Escribió
además
muchos
himnos
para la
oración,
realizando
reformas
fundamentales
en la
Liturgia
y en el
canto
sacro,
introduciendo
muchos
elementos
tomados
de la
Liturgia
oriental.
Su
Liturgia
fue
mantenida
en la
Diócesis
de Milán
por sus
sucesores,
y
reconocida
como
rito
ambrosiano
se está
en plena
vigencia.
Se
dedicó
pródigamente
a
renovar
la
espiritualidad
y la
preparación
teológica
del
clero y
a
proponer
experiencias
testimoniales
fuertes
al
pueblo
cristiano.
Promovió
y
sostuvo
la
virginidad
consagrada,
renovando
así la
dimensión
escatológica,
que
después
de la
época de
los
mártires
comenzaba
a
debilitarse.
Pronunció
palabras
severas
contra
la usura
y el uso
egoísta
de los
bienes
de la
tierra,
con su
parresía
evangélica
se opuso
a
Emperadores
y
potentes
de la
época
caídos
|
en
errores
morales
y
doctrinales,
sin
olvidarse
nunca de
anunciar
la
misericordia
de Dios
para con
los
pecadores.
En el
tratado
sobre la
Penitencia
es muy
hermoso
captar
cómo el
santo
obispo
se
reconoce
solidario
con los
pecadores:
“Señor,
no
permitas
que se
pierda,
ahora
que es
obispo,
aquel
que
cuando
estaba
perdido
has
llamado
al
episcopado,
y
concédeme
ante
todo ser
capaz de
compartir
el dolor
de los
pecadores
con
íntima
participación.
Más aún,
cada vez
que se
trate
del
pecado
de uno
que ha
caído,
concédeme
sentir
compasión
y no
reprocharlo
altaneramente,
sino
gemir y
llorar,
de
manera
que,
mientras
lloro
sobre
otro,
llore
sobre mí
mismo”.
[2]
Fue un
pastor
fiel a
Cristo y
a su
rebaño,
que guió
con
sapiencia
y coraje
en la
maduración
de la fe
y en la
plena
adhesión
al
Evangelio.
Se
consumió
enteramente
en el
ejercicio
del
ministerio
pastoral,
y murió
cuando
todavía
no había
cumplido
los
sesenta
años.
|
|
|
“El santo obispo
Ambrosio murió en
Milán en la noche
entre el 3 y el 4 de
abril del año 397.
Era el alba del
Sábado santo. El día
anterior, hacia las
cinco de la tarde,
se había puesto a
rezar, postrado en
la cama, con los
brazos abiertos en
forma de cruz. Así
participaba en el
solemne Triduo
pascual, en la
muerte y en la
resurrección del
Señor. "Nosotros
veíamos que se
movían sus labios",
atestigua Paulino,
el diácono fiel que,
impulsado por san
Agustín, escribió su
Vida, "pero no
escuchábamos su
voz". En un momento
determinado pareció
que llegaba su fin.
Honorato, obispo de
Vercelli, que se
encontraba prestando
asistencia a san
Ambrosio y dormía en
el piso superior, se
despertó al escuchar
una voz que le
repetía: “Levántate
pronto. Ambrosio
está a punto de
morir". Honorato
bajó de prisa
—prosigue Paulino—
"y le ofreció al
santo el Cuerpo del
Señor. En cuanto lo
tomó, Ambrosio
entregó el espíritu,
llevándose consigo
el santo viático.
Así su alma,
robustecida con la
fuerza de ese
alimento, goza ahora
de la compañía de
los ángeles" (Vida
47). En aquel
Viernes santo del
año 397 los brazos
abiertos de san
Ambrosio moribundo
manifestaban su
participación
mística en la muerte
y la resurrección
del Señor. Esa era
su última
catequesis: en el
silencio de las
palabras seguía
hablando con el
testimonio de la
vida.”
[3]
La herencia de
Ambrosio está
representada
principalmente por
su actividad
pastoral: la
predicación de la
Palabra de Dios
conjugada con la
Teología, la
atención a los
problemas de la
justicia social, la
acogida de las
personas
provenientes de
pueblos lejanos, la
denuncia de los
errores en la vida
civil y política.
Una tradición que a
lo largo de los
siglos ha sido
custodiada por la
Iglesia entera,
especialmente por la
ambrosiana. Las
homilías y los
pronunciamientos de
su Obispo, que aún
hoy, con ocasión de
la fiesta de San
Ambrosio, son
tenidos en gran
consideración por la
opinión pública.
“Al igual que el
apóstol san Juan, el
obispo san Ambrosio
—que nunca se
cansaba de repetir:
“Omnia Christus est
nobis", "Cristo lo
es todo para
nosotros"— es un
auténtico testigo
del Señor. Con sus
mismas palabras,
llenas de amor a
Jesús, concluimos
así nuestra
catequesis: “Cristo
lo es todo para
nosotros. Si quieres
curar una herida, él
es el médico; si
estás ardiendo de
fiebre, él es la
fuente; si estás
oprimido por la
injusticia, él es la
justicia; si tienes
necesidad de ayuda,
él es la fuerza; si
tienes miedo a la
muerte, él es la
vida; si deseas el
cielo, él es el
camino; si estás en
las tinieblas, él es
la luz. (...) Gustad
y ved qué bueno es
el Señor.
Bienaventurado el
hombre que espera en
él" (De virginitate
16, 99)”.
[4]
Ambrosio de Milán,
santo obispo y Padre
de la Iglesia,
permanece un punto
de referencia para
cualquiera que esté
llamado al cuidado
de la vida en Cristo
y a anunciar el
Evangelio a los que
buscan la verdad y
la justicia y no
logran encontrarla,
porque no saben que
es Dios mismo quien
ha puesto ese deseo
en sus corazones.
También a él podemos
hacer referencia
para encontrar aquel
respiro eclesial a
dos pulmones, el del
Oriente y el del
Occidente cristiano,
que Juan Pablo II
deseó y promovió en
toda la Iglesia,
durante todo si
pontificado.
Preparado por la
Hna. Giuseppina
Alberghina sjbp |
|
|
Notas
[4]
Benedicto XVI, ídem.
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Testigos de santidad
pastoral |
Hna. Cecilia Dominga Sciarrone:
el corazón ardiente
y las manos
laboriosas
de una auténtica
misionera |
|
Dominga es una bella
jovencita calabresa
de 21 años cuando
pide entrar en la
Congregación de las
Hermanas de Jesús
Buen Pastor,
Pastorcitas, un
nuevo grupo de
Religiosas de la
Familia Paulina que
tenía sólo 4 años de
vida. Efectivamente,
el 22 de septiembre
de 1942, Dominga se
une al pequeño grupo
de Hermanas que, en
Genzano de Roma,
comienza a ser
consistente y se
desarrolla
rápidamente.
La joven llegó
provista con la
presentación de su
párroco, el P.
Cayetano Cotroneo,
que testimoniaba la
solidez de su
vocación religiosa.
Dominga creció en
una familia
cristiana de buen
nivel social, que se
distinguía en la
ciudad por un buen
pasar y por la
frecuencia asidua a
la vida parroquial.
El papá Santo y la
mamá Eleonora
Pratticò tuvieron
seis hijos: un
varón, que fue
magistrado, y cinco
mujeres, entre las
cuales dos
religiosas, una
Pastorcita, nuestra
Hna. Cecilia, y una
Salesiana, Hna.
Catalina. |
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|
Dominga
nació en
Campo
Calabro,
en la
provincia
de
Reggio
Calabria,
el 23 de
noviembre
de 1920
y fue
bautizada
en la
Iglesia
parroquial
dedicada
a Santa
María
Magdalena,
el 8 de
diciembre
sucesivo,
fiesta
de la
Inmaculada,
como
atestigua
el Acta
de
Bautismo.
Cuando
Dominga
entró en
la
Congregación
eran los
años
borrascosos
de la
segunda
guerra
mundial,
y el
pequeño
rebaño
de
Pastorcitas
se
industriaba
para
afrontar
las
dificultades
y las
privaciones,
y para
ayudar a
la gente
de los
alrededores. |
|
|
El
tiempo
de
guerra
coincidió
con el
de su
primera
formación,
y junto
a las
Hermanas
vivió la
peregrinación
de una
comunidad
a otra
en
búsqueda
de un
lugar
más
seguro.
A fines
de 1942
se
encontraba
en
Valdicastello,
en la
provincia
de
Lucca, y
sucesivamente
en Farra
d’Alpago,
Belluno.
Tiempos
difíciles
pero de
grandes
impulsos
generosos
con los
cuales
vivir el
seguimiento
del
Señor
con
radicalidad
evangélica.
Solamente
a fines
de la
guerra,
cuando
la paz
se fue
consolidando,
Dominga
hizo el
Noviciado
en
Genzano
y emitió
la
primera
Profesión
Religiosa
el 6 de
enero de
1948,
tomando
el
nombre
de
Cecilia,
la
mártir
romana
que
había
derramado
su
sangre
por
Cristo,
dando un
testimonio
alegre y
valiente
de su
fe.
La Hna.
Cecilia
trató de
honrar
siempre
la
mártir
de la
que
llevaba
el
nombre,
y desde
los
inicios
de su
vida
religiosa
fue “animada
por un
gran
espíritu
de fe y
de
caridad,
contenta,
generosa
con
todas,
atenta a
ayudar,
especialmente
en la
costurería,
y donde
hubiese
necesidad,
sin
hacer
pesar a
ninguno
lo que
hacía”,
como
testimonia
una
Hermana. |
|
Después de la Profesión fue transferida a S. Pietro alle Acque, en Umbría, que en aquellos años era la casa principal del Instituto, donde se desarrollaba también la primera parte de la formación inicial. La Hna. Cecilia, entre sus tantas cualidades humanas y espirituales, sabía coser y bordar finamente, y practicaba muchas otras artes femeninas, que transmitía a las jóvenes con entusiasmo. En 1951 le fue confiado el encargo de superiora en la comunidad de Polinago, donde en invierno nunca falta la nieve, y en 1953 fue llamada a animar la comunidad de Medolla, al servicio de una parroquia llena de vida. Justamente en Medolla, donde estaba por |
iniciar su apostolado, le llegó la llamada misionera: Brasil, donde la Congregación estaba poniendo las primeras raíces y muchas jóvenes pedían entrar. Era necesaria una Hermana como Cecilia para dar una mano en el fervor del crecimiento, en el que se necesita proveer tantas cosas, entre las cuales tener una casa donde acoger a las jóvenes que entraban. “Apenas puso pies en suelo brasileño, después de dos días de su llegada, me acompañó en una gira de beneficencia por Río de Janeiro, para sobrevivir a las necesidades de la casa de Terceira Légua de Caxias do Sul, donde ya había un buen grupo de aspirantes”, testimonia la misma Hermana antes. |
|
|
|
La Hna.
Cecilia se insirió
en la comunidad
formativa de
Terceira Légua y las
Hermanas se sentían
muy a gusto en su
compañía. Era
sencilla y
espontánea, en su
modo de expresarse
no faltaba una nota
de alegría; sabía
también aceptar sus
límites y reconocer
sinceramente cuando
se equivocaba. En
1959 formó parte de
la comunidad de
Avenida san
Leopoldo, siempre en
Caxias do Sul, que
en 1956 se había
convertido en la
casa principal del
Instituto y casa de
formación.
Después de uno de
sus viajes
misioneros en barco,
escribía al P.
Alberione narrando
cómo transcurría los
días durante la
larga travesía,
rezando mucho y
dedicándose también
a los niños que
viajaban con sus
familias. Entre
otras cosas
escribía: “Se
alababa a Dios sobre
la inmensidad de las
aguas. He sufrido la
separación de
familiares y
Hermanas, pero en mi
corazón vibraba
mucha alegría e
intimidad con Jesús,
durante los largos
coloquios delante de
aquel pequeño
Sagrario; renovando
in cada instante el
ofrecimiento que
Usted conoce… en
reparación por
tantos y tantos
pecados que se
cometen”.
En 1963 regresó a
Italia y permaneció
por poco más de un
año en la comunidad
de Saliceto Panaro,
donde se dedicó a la
pastoral familiar.
Partió de nuevo para
Brasil insiriéndose
en la comunidad de
Jabaquara, en San
Pablo, donde la
Congregación tenía
ya una comunidad
grande y una primera
escuela, destinada a
convertirse en un
prestigioso
Instituto educativo:
en Instituto Divina
Pastora.
Aquí la Hna.
Cecilia, come
siempre, estaba bien
junto a las jóvenes
y contribuía con su
laboriosidad a
proveer a las miles
necesidades
cotidianas.
Permaneció hasta
1969, cuando fue
nombrada superiora
de la comunidad de
Terceira Légua,
donde había iniciado
su aventura
misionera.
Sucesivamente fue
superiora de la
comunidad de
Fagundes Varela, que
fue abierta en 1954.
Aquí permaneció
hasta su regreso
definitivo a Italia
en 1971. |
|
Segunda parte
En
la primera parte
hemos descrito la
vocación y la vida
religiosa de la Hna.
Cecilia Dominga
Sciarrone, incluida
su bella experiencia
misionera en Brasil,
que concluye en
1971, año en el que
es llamada a
retornar a Italia.
A su
regreso de Brasil,
después de una pausa
en Albano, dedicada
al estudio para
conseguir el diploma
de maestra de
Preescolar, la Hna.
Cecilia es llamada a
formar parte de la
comunidad de Borgo
Milano, en Verona,
donde en el año
escolástico 1972/73
realiza su tirocinio
en el Preescolar
allí existente. Vive
con gran alegría el
apostolado y se
prodiga con
generosidad donde ve
una necesidad. Es
fidelísima en el
cuidado de su vida
espiritual y
difícilmente
descuida la oración.
Se prepara con
pasión al
apostolado,
especialmente para
la Catequesis, que
ama mucho y que hace
con gusto, sin dejar
de participar de los
cursos de
actualización. Se
dedica también a
visitar a los
enfermos de la
Parroquia y entra a
formar parte de la
Unitalsi[1], justamente
para poder
desarrollar mejor su
tarea de consolación
y de ayuda
espiritual hacia los
que sufren.
|
|
La Hna.
Cecilia
a menudo
tiene
ocurrencias
humorísticas
que
hacen
agradable
su
compañía,
con su
sencillez
desarmante
unida a
una gran
precisión
en todo
lo que
hace,
ofrece
un
bellísimo
ejemplo
de
disponibilidad
y
responsabilidad.
Es
afectuosa
y
sincera,
siempre
lista
para
colaborar
en las
necesidades
del
momento,
demostrando
un gran
amor
hacia la
Congregación.
Su
profunda
fe y la
plena
confianza
en el
Primer
Maestro
y en sus
superioras
la hacen
dócil a
la
obediencia
y
celante
en el
apostolado,
que sabe
realizar
solamente
por el
Señor y
no para
hacerse
notar.
La Hna.
Cecilia
habla y
escucha
con
gusto
las
cosas de
Dios,
alimenta
su
coloquio
interior
con el
Señor
para
conocerlo
y amarlo
siem- |
pre más.
Su salud
no es de
las
mejores
y en el
verano
(el
verano
europeo)
de 1975,
durante
la
visita a
su
familia,
aprovecha
para un
período
de
reposo,
gozando
también
de su
bellísimo
mar
calabrés.
En
agosto,
de
regreso
a la
comunidad,
se
manifiestan
los
primeros
síntomas
de un
mal que
no se
logra
diagnosticar
con
facilidad.
Acusa
cansancio
y
fuertes
dolores
de
cabeza.
El
médico
le
aconseja
una cura
reconstituyente,
que no
surte
los
resultados
esperados.
Con el
pasar de
las
semanas
su salud
tiende a
empeorar
y la
Hna.
Cecilia
manifiesta
momentos
pasajeros
de
pérdida
de la
memoria,
y a
veces
manifiesta
en su
comportamiento
una
cierta
desorientación. |
|
|
Esta
situación no le
consiente continuar
desarrollando su
apostolado y deja la
comunidad de Borgo
Milano, la gente de
la Parroquia,
especialmente los
enfermos, que la
quieren mucho, le
auguran una pronta
recuperación y un
feliz retorno. Así,
hacia fines del año,
la Hna. Cecilia se
traslada a la Casa
Madre en Albano, y
su estado de salud
aconseja la
internación en la
Clínica Regina
Apostolorum, donde
es operada de
vesícula. Se
recupera con fatiga,
y durante la larga
convalecencia se
notan algunos signos
evidentes de
empeoramiento y de
fatiga mental.
Enseguida después de
la Pascua de 1976 se
decide una
hospitalización
inmediata en una
Clínica
especializada de
Roma, donde
permanece solamente
un día por la
dificultad en
diagnosticar el mal.
Por eso el 24 de
abril es transferida
al Hospital San
Camilo, donde
permaneció hasta el
22 de junio.
Antes de partir de
Albano para la
hospitalización en
Roma, una Hermana la
conforta,
recordándole una
frase del Primer
Maestro: “El lecho
de una Hermana
enferma es como un
altar”. En aquel
instante su rostro
parece
transfigurarse y
dulcemente responde
a la Hermana: “¡Qué
cosa hermosa me
estás diciendo!”. En
esta frase está toda
Hna. Cecilia, su
determinación de
querer ser una
religiosa en todo,
hasta el
ofrecimiento de la
vida junto a Jesús
Buen Pastor.
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En el
Hospital
le fue
diagnosticado
un tumor
al
cerebro,
tal vez
en
estado
ya
avanzado,
pero de
todas
maneras
de
intenta
una
intervención
quirúrgica
con el
objetivo
de
circunscribir
el mal;
pero el
objetivo
no es
alcanzado
y sus
condiciones
empeoran
notablemente.
Viendo
la
situación
muy
grave,
los
médicos
aconsejan
trasferirla
al
Hospital
de
Albano
Laziale,
para
poder
ser
asistida
más
fácilmente
por sus
Hermanas,
que se
alternan
día y
noche a
su
cabecera,
con gran
amor y
dedicación.
El día
de los
Santos
Apóstoles
Pedro y
Pa-
|
blo,
gran
fiesta
para la
Congregación,
la
Superiora
General,
en viaje
para
Brasil,
va a
visitar
a la
Hna.
Cecilia
para
saludarla
y
pedirle
la
colaboración
de sus
oraciones
y su
ofrecimiento.
La Hna.
Cecilia
no puede
hablar
pero
manifiesta
con la
expresión
de su
rostro y
sobre
todo con
los ojos
su
alegría
y su
participación
en el
viaje,
con el
ofrecimiento
de sus
sufrimientos.
Aunque
está
paralizada,
al
momento
de rezar
el
Padrenuestro
se
recompone
en
actitud
de
oración,
aquella
oración
del
corazón
que el
Señor
acoge en
el
secreto
de su
misterio.
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La
situación
de su
salud se
agrava
aún más,
y Hna.
Catalina,
su
hermana
salesiana,
permanece
a su
lado en
los
últimos
días,
junto a
las
Pastorcitas
que no
la dejan
sola un
instante.
Al alba
del 13
de julio
de
1976, a
las
3.40, la
Hna.
Cecilia
entrega
al Padre
su
existencia
terrena
y entra
en la
Vida que
no tiene
fin.
Una vida
breve la
de la
Hna.
Cecilia,
que en
el mes
de
noviembre
sucesivo
habría
cumplido
56 años.
Breve
pero
intensa
en la fe
y en la
dedicación
a Jesús
Buen
Pastor,
en el
amor a
la
vocación
de
Pastorcita
y en el
cuidado
del
pueblo
de Dios.
Su
corazón
ardiente
se
purificó
en el
crisol
de un
sufrimiento
profundo
y
difícil
de
comprender,
pero que
el Padre
Celestial
ha
acogido
en el
silencioso
ofrecimiento
de un
acto de
amor
purísimo
que sólo
Él pudo
conocer
en su
intensidad
y en su
gratuidad.
Sus
manos,
unidas a
las de
Cristo
Crucificado
y
glorioso,
ciertamente
continúan
siendo
laboriosas
en la
abundancia
de
bendiciones
y en la
intercesión,
en la
presencia
beatificante
de la
Santísima
Trinidad. |
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Hna. Giuseppina
Alberghina
sjbp |
|
Notas
[1]
U.N.I.T.A.L.S.I. (UNITALSI)
– Unione Nazionale
Italiana Trasporto
Ammalati a Lourdes e
Santuari
Internazionali. |
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